La ostra se aferraba a la piedra. Ella no conocía nada más y tampoco necesitaba otra cosa para ser feliz. Amaba a esa piedra más que a su propia vida, aunque nunca recibía nada de ella, allí estaba, fiel, imponente, enamorada. ¿Por qué dependes tanto de mí?, un día le preguntó la piedra. "Nunca llegarás a ser nada". La ostra era temerosa, y la mayoría de las veces hacía que no oía. ¿Por qué te aferras a mí si no te amo? volvió a preguntar la piedra. La ostra no respondía.
Cierta mañana, la piedra solicitó los servicios de un alcatraz. Le pidió herir de muerte a la ostra con su pico, y así podría despegarla y hacerla caer a lo más profundo. Sucedió entonces lo inevitable. Y sin explicación alguna, y con ayuda de un tercero logró la piedra su objetivo. El alcatraz hirió de muerte a la ostra y la corriente se la llevó muy lejos. Desesperada, triste y herida creyó morir. Solo podía recordar las únicas palabras que recibía de aquella piedra. "No llegarás a nada".
Sin hacer más, esperó que la muerte la arropara, su sufrimiento era mucho. Lo que no sabía, es que en su interior ocurría un cambio, cuando un granito de arena penetró en el agujero dejado por el alcatraz y fue envuelto por su propio nácar, y este a su vez lo convirtió en perla.
Pero no era una perla cualquiera, era la más bonita y jamás imaginada en el mundo.
Su herida, bien había valido la pena. A veces, las heridas son necesarias para crecer, y sacar ese brillo especial que llevamos en nuestro interior. La vida, son las paredes donde colgamos nuestras cicatrices, que a su vez son diplomas que nos hemos ganado a través de nuestra existencia. Dirás entonces: ¿un diploma de tonta? No, un diploma de humildad, de esos que te hacen grande. Todo lo que necesitas está dentro de ti misma. Solo cree en ti. Hay gente de piedra, tú eres una perla.