jueves, 15 de noviembre de 2007

Obvio y sencillo

Lao Tzu, todas las mañanas temprano, antes de que saliera el sol, solía ir a dar un paseo. Justo al lado del pueblo había un otero desde donde se gozaba de una excelente vista para ver la salida del sol. Un día, uno de sus vecinos le preguntó: «¿Puedo ir contigo?».

Lao Tzu le respondió: «La pregunta correcta no es si puedes ve
nir conmigo. Ni el camino, ni las montañas, ni la salida del sol son míos. Está bien que vengas a mi lado, pero no conmigo, y recuerda, tú estás solo y yo estoy solo. No digas nada, no pronuncies ni una palabra».

El hombre, que conocía a Lao Tzu desde hacía mucho tiempo, accedió. Pero un día, el vecino tenía un invitado quien, como su anfitrión, también estaba muy interesado en acompañar a Lao Tzu en su paseo matutino. El vecino le explicó: «La única condición que Lao Tzu pone es que cada uno va solo; no quiere que se convierta en una muchedumbre. Está prohibido hablar. Si no dices nada, no creo que ponga ninguna objeción».

No puso ninguna objeción y el invitado se acordó de lo que le habían dicho... pero ¿cuánto tiempo puedes acordarte? Cuando el sol empezó a salir majestuoso sobre la bruma de la mañana, olvidó su promesa. Dijo algo muy simple que no se podía negar: «¡Que bello amanecer!». Y de repente, se acordó de que estaba solo y de que no tenía que decir ni una palabra. Solo los locos hablan cuando están solos.

Cuando regresaron, al llegar a casa, Lao Tzu dijo a su vecino: «Por favor, dile a tu invitado que no vuelva nunca más. Habla demasiado».

En un paseo matutino de dos horas solo había dicho esa pequeña frase: «¡Qué bello amanecer!». Pero Lao Tzu tenía razón, el invitado intentó discutir con él diciendo: «Solo quería expresar un sentimiento».

Lao Tzu dijo: «Yo también estaba presente, y también estaba experimentando el amanecer y la belleza. A los tres nos rodeaba la misma bendición, oíamos el canto de los pájaros y veíamos las flores abriéndose. No estoy ciego, yo también tengo un corazón. Al decirme "¡Qué hermoso amanecer!", me has insultado ¿Acaso crees que yo no sé apreciar la belleza? Y además has olvidado tu promesa. No se puede confiar en ti, no has cumplido tu palabra».

OSHO: Creer en lo imposible antes del desayuno, p. 70-71