El Silencio es la vid y nosotros los sarmientos. Quien cultiva el Silencio da fruto abundante y de El extrae un vino exquisito con el que se emborracha de gozo.
Sin Silencio no podemos hacer ni decir nada, nada que sea sabroso, nutritivo o hermoso.
Sin Silencio las acciones devienen en puro activismo, frenesí del movimiento, meros espasmos de actividad que se agota en sí misma y desfonda a quien se deja seducir y engañar por ella.
Sin Silencio las palabras no colman a quien las escucha y deja vacío a quien las dice. Las acciones y las palabras que no brotan del Silencio surgen sin vibración ni fuerza y se desvanecen tan pronto como son ejecutadas o pronunciadas.
El Silencio dota de peso, densidad, consistencia y belleza cada gesto.
Sin el Silencio no podemos hacer nada, nada que merezca la pena.
En la “nada” del Silencio se gesta toda acción verdadera; su vacío es el vientre de su fecundidad. No podemos cantar con la boca llena ni actuar convenientemente sin un mínimo de quietud interna.
El ego y todo el sistema social montado desde él y para él son alérgicos al Silencio. El Silencio desactiva el ego y desmorona los cimientos de las estructuras que le sirven de refugio y manifestación.
La cuestión es así de simple: si permanezco en el Silencio, el Silencio permanecerá en mí. Porque reconozco y asumo que muchas cosas me afectan, me condicionan y contaminan es por lo que estoy invitado y convocado al “volver” al Silencio, a esa parte de mi que permanece incondicionada y sin contaminar.
Así de sencillo, y por eso mismo tan difícil: volver al Silencio, a la meditación silenciosa siempre que sea posible y hacer lo posible para que sea posible.
Y hacerlo no sólo en nuestro tiempo libre sino también, y sobre todo, liberar tiempo para regresar a nuestro corazón.
El Silencio es la oración por excelencia: sin palabras, sin plegarias, sin metodologías, sin músicas de fondo, sin inciensos y sin velas. Porque el Silencio es la luz, la fragancia y la música que realmente necesito y que recibo gratuitamente.
Cuando me quedo quieto y en silencio siento que “todo me sobra y nada me falta” por la sencilla razón de que “me tengo a mí mismo” .
José Mª Toro