La concepción vulgar del sacrificio es un acto de dolorosa autoinmolación, de austera mortificación de autoanulación difícil; ese género de sacrificio puede llegar incluso hasta la automutilación y la autotortura. Estas cosas pueden ser temporariamente necesarias en el duro esfuerzo humano por superar el yo natural; si el egoísmo es violento y obstinado, a veces ha de encontrar como respuesta una fuerte represión interna y una violencia que lo contrabalancee. Pero el Bhagavad Gita no anima ninguna clase de abuso de violencia sobre uno mismo; pues el yo inferior es realmente la Deidad que evoluciona, es Krishna mismo, es la Divinidad; no ha de ser perturbado ni torturado como los titanes del mundo lo perturban y torturan, sino crecientemente fomentado, apreciando, abierto luminosamente a una Luz, fortaleza, dicha y amplitud divinas.
No es al propio yo sino a la banda de enemigos interiores del espíritu que tenemos que desanimar, desalojar, eliminar sobre el altar de la evolución espiritual; estos pueden ser extirpados sin miramientos; sus nombres son: deseo, ira, inecuanimidad, codicia y apego a los goces y dolores externos; son la cohorte de demonios usurpadores causantes de los errores y sufrimientos del alma. Han de considerarse no como parte nuestra sino como intrusos y pervertidores de la naturaleza real y más divina de nuestro yo; han de ser sacrificados en el más severo sentido de la palabra, cualquiera que sea el dolor que, por reflejo, puedan lanzar sobre la conciencia de quien busca la perfección.
Mas la verdadera esencia del sacrificio no es la autoinmolación, es la autoentrega; su objeto no es la autoeliminación sino la autorealización su método no es la automortificación sino una vida mayor; no es una automutilación sino una transformación de nuestras partes humanas naturales en miembros divinos, no en una autotortura sino un pasaje de una satisfacción inferior a un Ananda* mayor. Para una parte inmadura o turbia de la naturaleza superficial hay sólo una cosa dolorosa, al comienzo: es la disciplina que se exige indispensablemente, la necesaria negación para la fusión del ego incompleto; mas para eso puede haber una rápida y enorme compensación en el descubrimiento de un completamiento real, mayor y último, en los demás, en todas las cosas, en la unidad cósmica, en la libertad del Yo y Espíritu trascendentales, en el arrobamiento del contacto de la Divinidad. Nuestro sacrificio no es una entrega sin devolución alguna ni una aceptación fructífera de la otra parte; es un intercambio entre el alma encarnada y la Naturaleza consciente en nosotros y el Espíritu eterno. Pues aunque no se exige devolución, en nosotros existe un conocimiento profundo de que es inevitable una maravillosa devolución. El alma sabe que no se entrega a Dios en vano. Sin reclamar nada, recibe, con todo, la riqueza infinita del Poder y Presencia divinos.
Bienaventuranza -Sri Aurobindo
viernes, 13 de julio de 2007
La esencia del sacrificio ...
Publicado por
Mario Amieva Balseca