sábado, 21 de julio de 2007

¡Viene a cuento!

El maestro estaba sentado en redondo con los discipulos y discipulas. Una persona llegó. Empujó la puerta con brusquedad —debía de estar enfadada—y la cerró de un portazo. No estaba de buen humor. Después tiró sus zapatos y fue a sentarse.
-«Espera. No entres en el circulo. Primero ve y pídeles perdón a la puerta y a tus zapatos», le dijo el maestro.
-«¿De qué estas hablando? He oído que esta gente de la meditación está loca y parece ser verdad. Pensaba que solo eran rumores. ¡Qué tonterías estás diciendo! ¿Por qué debería pedirle perdón a la puerta? Parece tan embarazoso…, ¡los zapatos son míos!».
-«¡Sal de aquí! ¡No vuelvas aquí nunca más! Si puedes enfadarte con tus zapatos, ¿por qué no puedes pedirles perdón? Cuando te enfadaste, nunca pensaste que fuese estúpido enojarse con los zapatos. Si puedes relacionarte con la ira, ¿por qué no con el amor? Las relaciones son relaciones. La ira es una relación. Cuando golpeaste la puerta con tanta ira, te estabas relacionando con la puerta; te comportaste mal, inmoralmente. La puerta no te ha hecho nada malo. Primero vete, de lo contrario no entres aquí».
Impactado por el maestro, con la gente sentada allí, y esa presencia…, como un flash, aquella persona entendió. Comprendió la lógica que encerraba, estaba muy claro. «Si puedes ser irascible, ¿por qué no puedes ser una persona amorosa? Vete».
Y se marchó. Tal vez esta fue la primera vez en su vida. Tocó la puerta y las lágrimas brotaron de sus ojos. No podía aguantar las lágrimas. Al inclinarse hacia sus zapatos, sucedió en aquella persona un gran cambio.
Cuando regresó y se dirigió hacia el maestro, este se levantó y le estrechó en sus brazos, abrazándolo. Luego le dió un cojín y le invitó a incorporarse al circulo.