Perdonar no es adoptar una actitud de superioridad o farisea. Si se perdona a alguien porque se le tiene lástima o se lo considera tonto o estúpido, es que se confunde perdonar con ser arrogante y criticón. El padre de una clienta mía, por ejemplo, sin darse cuenta de que su actitud era mortificante, le ofreció «perdonarla» diciéndole: «No te preocupes, te perdono. De todas maneras, ya sabía yo que no serías capaz de hacerlo bien».
El perdón no significa que debas cambiar de comportamiento. Si yo perdono a un viejo amigo con quien he estado enemistada, no por eso tengo que comenzar a llamarlo de nuevo... a no ser que realmente desee hacerlo. Puedes perdonar a tu marido que sea descuidado con el dinero, pero eso no significa que tengas que entregarle tus ingresos ni dejar que lleve las cuentas de la casa. Puedes perdonar a tu madre por ser tan criticona y al mismo tiempo decidir no hacerle confidencias. Puedes perdonar a un trabajador incompetente y despedirlo por no hacer bien su trabajo.
El perdón no exige que te comuniques verbal y directamente con la persona a la que has perdonado. No es preciso ir y decirle: «Te perdono», aunque a veces esto puede ser una parte importante del proceso de perdonar. Con frecuencia, la otra persona advertirá el cambio que se ha producido en tu corazón. A veces puede ser necesario que quede como una opción secreta. Podría ser que las personas que te hacen sentir más furia sean aquellas con las que te resulta imposible comunicarte. Quizás hayan muerto o no estén dispuestas a hablar contigo. Si para la curación fuera necesaria la comunicación directa y verbal, entonces nuestro destino sería convivir para siempre con nuestro sufrimiento. Afortunadamente no es así. Aunque podamos optar por actuar de un modo diferente, el perdón sólo requiere un cambio de percepción, otra manera de considerar a las personas y circunstancias que creemos, que nos han causado dolor y problemas.
Robin Casarjian - Perdonar una decisión valiente