martes, 15 de enero de 2008

Quien tiene un verdadero poder, no puede correr el riesgo de perderlo, ostentándolo

Son muchas las trampas que nos pone el ego, ese ciudadano alterno que en nuestro interior, siempre está tan pendiente de sí mismo, buscando que lo reconozcan y lo individualicen, que le refuercen sus valores y que le llenen de privilegios que, al final, logra que los demás, pasen a unos planos de importancia menor.

De esta manera, todos los esfuerzos sanos que ha hecho alguien para mejorar, para crecer y desarrollarse dentro de un área o, incluso, como ser humano, se vuelven –poco a poco y de manera irreversible-nada, haciéndose esclavo de la parte de sí que tan sólo busca, que le digan, la belleza que porta, lo inteligente que es o el nivel de liderazgo que tiene; de esta manera, el ego hace que quien realmente tiene algunos méritos y pericias acumuladas a lo largo del tiempo, se demuestren tan sólo con manifestaciones de soberbia, confundiéndola con la defensa de la autoestima y no, como realmente es, en la negativa forma de luchar contra una baja autoconfianza, que tan sólo se mantiene alta, si alguien externo reconoce las capacidades extraordinarias que se tienen.

Muchas veces caemos en alguna de la gran cantidad de trampas que nos coloca el ego y, por ello, debemos tener gran cuidado, de cualquier sentimiento de superioridad que empecemos a tener por nosotros mismos y que, si lo dejamos crecer, pronto nos volverá soberbios y pretenciosos, en caso de que sí, tengamos estas capacidades que los demás requieren o a que, por el contrario, nos estrellemos contra la realidad de ver que, por nuestro ego, han encontrado a alguien que, con mayor destreza ha podido mostrar con sencillez, su valor personal, al manejar con mucho tacto social –que le impide herir a los otros- sus grandes capacidades y sus características extraordinarias.

De esta manera, la revisión clara y honesta de los puntos de estética física privilegiada, los rasgos que se tengan de una gran psicología o de un gran dominio emocional, una excelente y asimilada academia con todos sus glorias, una clase social o un poder económico o político demostrable –para tan sólo citar algunas de las más comunes o importantes- nos debe llamar a reflexión cuando, en su presencia, creemos que realmente somos superiores, generando un mensaje de asimetría en el cual yo, con mis atributos, estoy arriba en la relación.

Si lo pensamos y lo comenzamos a creer, también comenzamos a comportarnos como especiales y, generalmente, a exigir de los demás, un trato privilegiado y especial que sí logramos obtenerlo, nos están mandando directo al futuro fracaso.

Esto nos lleva al concepto de la “sencillez” que viene a representar, muy grosso modo, el buen uso de una característica física, psicológica, emocional, educativa, socio cultural, política o económica para lograr no causarle ningún tipo de molestias innecesarias a quien se pone bajo su influencia y que, claramente es contraria a la ostentación.

Ser sencillo, en el uso de un privilegio, es la clave para no hacer que los otros deseen que uno pierda el poder que tiene.