miércoles, 13 de junio de 2007

El amor no es una droga ...

El amor es la única necesidad que tiene el ser humano. Amar y ser él mis­mo. La sexualidad no es amor. El amor dice: "No soy yo quien te amo, sino que es el amor el que está aquí, es mi esen­cia, y no puedo menos que amar." Eso surge libremente cuando estás despier­to y se han caído tus programaciones.

Cuando comprendes que eres felici­dad no tienes que hacer nada. Sólo de­jar caer las ilusiones. El apego se fo­menta porque tú te haces la ilusión (porque así te lo han predicado y lo has leído en mucha literatura barata) de que tienes que conseguir la felicidad bus­cándola fuera; y esto hace que desees agarrarte a las personas que crees te producen felicidad, por miedo a perder­las. Pero como esto no es así, en cuan­to te fallan, o crees que te fallan, vie­nen la infelicidad, la desilusión y la an­gustia.

La aprobación, el éxito, la alaban­za, la valoración, son las drogas con las que nos ha hecho drogadictos la sociedad, y al no tenerlas siempre, el sufrimiento es terrible. Lo importan­te es desengancharse, despertando, para ver que todo ha sido una ilusión. La única solución es dejar la droga, pero tendrás los síntomas de la absti­nencia. ¿Cómo vivir sin algo que era para ti tan especial? ¿Cómo pasarte sin el aplauso y la aceptación? Es un proceso de sustracción, de despren­derte de esas mentiras. Arrancar esto es como arrancarte de las garras de la sociedad.

Habías llegado a un estado grave de incapacidad de amar, porque era imposible que vieras a las personas tal como son. Si quieres volver a amar, tendrás que aprender a ver a las personas y las cosas tal como son. Empezando por ti. Para amar a las personas has de abandonar la necesidad de ellas y de su aprobación. Te basta con tu aceptación. Ver clara­mente la verdad sin engaños. Alimen­tarte con cosas espirituales: compa­ñía alegre, camaradería sin apegos, y practicando tu sensibilidad con mú­sica, buena lectura, naturaleza...

Poco a poco, ese corazón que era un desierto siempre lleno de sed in­saciable, se convertirá en un campo inmenso produciendo flores de amor por todas partes, mientras suena para ti una maravillosa melodía: has en­contrado la vida.

Piensa en uno de los pasajes del Evangelio en que Jesús, después de despedir a la gente, se queda solo. ¡Qué hermoso es ese amor! Sólo el que sabe independizarse de las per­sonas sabrá amarlas como son. Es una independencia emocional, fuera de todo apego y de toda recriminación, lo que hace que el amor sea fuerte y clarividente. La soledad es necesaria para comprenderte fuera de toda pro­gramación. Sólo la luz de la concien­cia es capaz de expulsar todas esas ilusiones y pesadillas en las que es­tamos viviendo y, con ellas, expulsar también los rencores, todas las nece­sidades y los apegos.

¿Cómo empezar? Llamando las co­sas por su nombre. Llamar deseos a los deseos y exigencias a las exigencias, y no disfrazarlas con otros nom­bres. El día en que entres de pleno en tu realidad, el día en que ya no te re­sistas a ver las cosas como son, se te irán deshaciendo tus ceguedades. Puede que aún sigas teniendo deseos y apegos, pero ya no te engañarás.

Aliméntate bien con placeres na­turales: disfrutando de la naturaleza, ejercitando los placeres del tacto, del oído, de la vista, del gusto, del olfa­to. Hay un mundo por descubrir des­de nuestros sentidos atrofiados. Te darás cuenta de que no hace falta otra cosa para ser mucho más feliz de lo que consigues ser ahora. Sentirte li­bre, autónomo, seguro de ti a pesar de reconocerte con todas las limita­ciones, o quizá por ello, porque has aceptado el ser sin límites que eres, pero con todas las formas mediocres en las que te desenvuelves. Sólo co­nectarte con la realidad te hará fuer­te y no necesitarás apoyos ni apegos.

Anthony de Mello en Autoliberación Interior