Ser recién casado es ser un poco como recién nacido. En ambos casos se llega a un mundo en donde todo es nuevo, y se inicia la convivencia con otra persona. En el caso del recién nacido, de repente se encuentra rodeado de toda una familia (papás, abuelos, hermanos, tíos) dispuesta a convivir con él el resto de su vida.
Por otro lado, los jóvenes recién casados se encuentran de un día para otro con que de pronto hay que compartir todo con otra persona, incluyendo la cama.
También es novedad la necesidad de acoplarse a un horario según la conveniencia de ambos. Ya no puede decidir uno solo si quiere usar el baño a las seis, a las siete o a las ocho de la mañana. Ahora hay que preguntar a la pareja que compromisos o necesidades tiene, y acoplar nuestra vida a la del cónyuge.
Al dejar la casa paterna y sus comodidades conocidas, se siente el individuo perdido en un bosque inhóspito, en donde escucha ruidos nuevos, percibe olores extraños, tiene vecinos desconocidos, y muchos familiares recién adquiridos. Ese lugar extraño debe convertirse poco a poco en su nuevo hogar.
Después de la luna de miel.
Son grandes los cambios a los que tienen que enfrentarse los nuevos esposos.
La luna de miel sirve de transición para que no se sientan tan drásticos esos cambios.
Los ejemplos pueden ser muchos. Pero todos los recién casados tienen alguna anécdota divertida que contar de sus primeros días juntos y del cumplimiento de sus nuevas responsabilidades. Alguna joven esposa recordará el montón de ropa sucia que apareció al día siguiente de haber regresado del viaje de bodas. El joven tendrá en su memoria la primera vez que dio parte de su sueldo para comprar la leche, el pan o los jabones que faltaban en el departamento.
Surgen pequeñas molestias.
Tienen también problemas de hipersensibilidad: La mujer llora por cualquier cosa, el hombre se queja pues todo lo que ella hace le parece mal, en su mente la compara con su mamá. Vencer el egoísmo y olvidarse de uno mismo y sus preferencias es difícil en esos primeros días. Afortunadamente el amor obra como un paliativo que todo lo cura.
Sugerencias sencillas a seguir para suavizar el impacto.
1. Hay que tomar las cosas con calma. No todo se logra hacer las primeras semanas, se debe ir paso a paso, instalarse primero con lo básico para luego ir agregando lo que falte. Tener paciencia uno con el otro y consigo mismo para no exasperarse.
2. Aceptar consejos. Según el dicho popular: más sabe el diablo por viejo que por diablo. Alguien que ya vivió esa experiencia, puede dar cuenta del camino andado. Siempre se aprende algo de los dichos de los mayores.
Aún cuando los jóvenes de hoy no quieren recibir consejos de otra persona, y sólo los toman de lo que leen en las revistas o ven en la televisión, podrían ahorrarse mucho dinero y lágrimas si escucharan de vez en cuando lo que dicen sus padres o suegros.
3.Hay que pedir ayuda. Casi siempre, cuando se necesita algo, se puede conseguir quien dé una mano, pero si no expresa la pareja su necesidad de ayuda, será imposible que padres, hermanos o tíos puedan apoyar al nuevo matrimonio.
Una recién casada que se queja de que nadie le enseñó a hacer la sopa de cebolla que le gusta a su esposo, se olvida de que con tan sólo una llamada a la suegra puede conseguir la receta, logrando aparte más integración con esa persona que se sentirá orgullosa de poder ayudar.
4. Hay que aprender a reírse de sus propios errores. Pronto pasará esa época de incertidumbre y se llegará a la plena madurez y se podrán resolver todos los problemas con absoluta decisión. Se habrá dejado de ser recién casado.
jueves, 21 de febrero de 2008
Y después de la luna de miel... ¿qué?
Publicado por
Mario Amieva Balseca